Nostalgiadel futuro

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Acabo de leer una entrevista que el diario El País realizó al historiador  Nilla Ferguson, en donde categóricamente afirma que cinco años olvidaremos cómo era la vida en el 2019. Olvidaremos, por ejemplo, que salíamos a la calle sin cubrebocas o que pasábamos poco tiempo en casa. Lo que ahora vemos como extraordinario será completamente natural y pensaremos que en realidad, la pandemia no fue para tanto. 

No estoy muy segura sobre qué sentir al respecto. Por un lado, me es difícil imaginar que los estadios de fútbol no volverán a estar llenos y no puedo alcanzar a ver como normal que en un partido esté sentado un aficionado (con mascarilla) y a sus costados, tres asientos libres… ¿cómo le vamos a hacer para organizar “la ola”? 

No puedo imaginarme que a las Olimpiadas, por ejemplo, asistan únicamente los atletas y que sean sus mismas comitivas las que los aplaudan, por no haber espacio para que asistan espectadores ajenos. 

No puedo imaginarme conciertos masivos donde no se sientan vibrar las gradas ante una multitud coreando la misma canción; ni acabar abrazándose con extraños ante una rola de esas donde brotan las lágrimas colectivas.  Justo una semana antes de la pandemia nos fuimos a la Ciudad de México a escuchar el último conciertazo de Billy Joel. Los padawanes asistieron por primera vez a un evento masivo en serio y sintieron ese extraño lazo que se formaba mientras miles de almas coreaban Piano Man. Me resisto a creer que ese fue su primer y su último concierto bestial. 

No puedo imaginarme que la Feria del Libro de Guadalajara (o cualquier otra) tendrá a dos o tres paseantes por stand, cuando parte de la gracia era cotorrear con un grupo de extraños para ver quién estaba al tanto del nuevo libro de fulano, o la nueva edición de tal clásico y decir a cada paso : “-Con permiso, con permiso-“, mientras uno buscaba no causar moretones debido a las siempre agudas esquinas de un montón de libros nuevos apilados en bolsas mal cargadas. 

No puedo concebir que cualquier festival de arte se convierta en una cosa mesurada y prístina, cuando parte del encanto es el jolgorio que se arma alrededor: calles tomadas por músicos, pintores, mimos, artesanos y gente que a lo mejor tenía en esos momentos, su único encuentro del año con el arte. 

No quiero siquiera pensar que la Proseción del Silencio sea exclusivamente transmitida en alguna plataforma on line, y que otras generaciones no puedan ya sentir el estupor del silencio mientras la Virgen de la Soledad es llevada en hombros por las calles del centro. Tampoco quiero creer que será normal que al Xantolo lo celebremos en la intimidad de nuestras casas, privándonos de ir de puerta en puerta recordando a los muertos de nuestros vecinos, que son también nuestros propios muertos. 

Pero ahora, el dolor está cerca y quizá lo mejor sea comenzar a olvidar desde ya los primeros tres meses del año y lo que hubo antes. Olvidarlos para dejar espacio para los enfermos de ahora y los muertos de Covid de cada día. Porque hoy, seguramente, ya contamos cada quien con por lo menos  una persona que apreciamos y que está enferma con el virus y también ya tenemos en la cuenta a alguien que murió de lo mismo. Quizá la madre de un amigo, la tía de mis primos, la amiga de la infancia de nuestra madre. O peor: nuestra madre, nuestro hermano, nuestro amigo.

Tal vez sea lo mejor comenzar a olvidar. Tal vez así, evitemos más enfermos, mas muertos. Más nostalgia de un futuro que quizá ni siquiera lleguemos a vivir.