País Libre

Compartir:

Me he quedado en casa la mayoría de este tiempo. Salgo solo a lo indispensable. Paseo a los perros y dejo que me dé el sol de las primeras horas del día. El resto lo paso en la oficina casera que hay ahora en casi cada domicilio.

Me pregunto tantas cosas sobre todo este fenómeno, pero desafortunadamente las únicas respuestas confiables están en mi sentido común. Lo demás es información confusa e incoherente. Solo me quedan las cifras de contagio que, aunque contadas de cierta manera, cuentan y cuentan mucho. Hay muertos, enfermos y pacientes asintomáticos.

Hay quien sale y entra sin cuidado. Hay quien tiene fiestas, hay quien no quiere ver ni a su sombra. Hay quien se ha quedado sin trabajo a pesar de los pesares. Hay quien ya no tiene para pagar a sus empelados y está obligado a hacerlo. 

Está la marchanta de los mazapanes en el crucero. Y en otro el de las ciruelas y los mangos. También hay otros, los que venden artículos de limpieza para niños para que le vayan agarrando el gusto a esto del quehacer al que todos o casi todos, le hemos entrado en mayor o menor medida.

Hay angustia, indiferencia, hay enojo, ira, confusión y sobretodo miedo, pero con una dosis de valor a la mexicana muy característico de nuestro territorio. Un valor de macho, un valor del que ignora, un valor prepotente. Hay quien dice que es inmune – me lo han dicho a mí- hay quien cree que ya le dio pero que la pasó como una fuerte influenza. 

Hay quien cuida a los enfermos en casa o en hospitales. Los atienden a costa de su vida. Los intentan mantener con vida aun a costa de la suya propia. Hay quien ha muerto por todo ello.

También hay quien no ha dejado de hacer daño, pues están los que matan antes de que el virus mate. Hay quien ajusta cuentas antes de que la pandemia les quite esa oportunidad. La maldad o la ira no hicieron cuarentena. Sigue habiendo llamadas a los números de emergencia ¿causa? Violencia doméstica. Lo que no hay es posibilidad de un refugio para las víctimas de ese mal que se ha ido extendiendo.  Tampoco hay ayuda para quienes tienen niños con problemas o con adultos mayores que antes de este ciclón viral, asistían a casas de cuidado.

Todos y cada uno o casi todos, nos enfrentamos a realidades muy particulares. En ellas surgen conflictos debido a la convivencia intensiva y la única manera que veo para salir airoso de ellos, es la paciencia que de ésa hay poca, o se agota continuamente.

Ocupamos el planeta que ahora parece que quiere que lo desocupemos o que le bajemos a la demografía. Para ello, México ya coopera con sus miles de muertos. Queda esperar y esperar lo mejor. Salir lo menos dañado confiando en que sabremos comportarnos. Mientras todo esto pasa, también sin darnos cuenta, pasan leyes y decretos que no auguran nada bueno para la mayoría de los que creíamos que éste era un país libre. Tan libre como la cuba libre, ésa que se tomaba con coca-cola.

Hoy me dieron ganas de fugarme de este país aparentemente libre, ganas de haber sido invitada a tripular la última misión espacial, solo para mirar lo bello que es el planeta visto a la distancia: esa distancia. Bello porque no es posible ver a sus habitantes, bello porque a lo lejos no se experimenta la maldad que nos infringimos. 

Así que queda esperar, cuidarse para que la mayoría estemos bien. Después ya nos enfrentaremos a las circunstancias que serán otras, pues la pandemia le ha caído como anillo al dedo a algunos para hacer de las suyas; para hacer de este país algo menos parecido a un país libre.