Perdimos Pollo, perdimos…

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Para muchos o para todos los miembros del gabinete ruizcortinista, el sucesor de don Adolfo sería Gilberto Flores Muñoz, el secretario de Agricultura, que aparte de gozar de la predilección del presidente, tenía entre sus antecedentes el haber sido diputado y senador por San Luis Potosí, y gobernador de Nayarit. 

Fue el propio Fito Ruiz quien hizo correr el rumor, y sentir al aludido, que él era el futuro candidato, el idóneo para sucederlo. El presidente tampoco tuvo pudor en solicitar al secretario de Hacienda, Antonio Carrillo Flores, hiciera lo necesario “para que todos los documentos y papeles de la secretaría de Agricultura queden limpios. Ya viene la política y este Pollo, tiene que estar limpio. Ya sabemos, por lo demás, que lo está. Pero ve con interés el asunto que te pedimos. Sin demora, por favor”. María Izaguirre de Ruiz Cortines tampoco se quedó atrás y, siempre que le era posible, presentaba a Asunción Izquierdo de Flores Muñoz, como la “futura primera dama”. 

El asunto, tan bien manejado, concluyó con la caricatura del Tapado y los cigarros Elegantes. Don Adolfo, malévola y perversamente, compungido dijo a Flores Muñoz: “perdimos Pollo, perdimos”.

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El proceso de elección de rector en la UASLP sólo vino a demostrar lo que era más que sabido y evidente, la enorme división existente en su interior. Lo más evidente fue la falta de carácter, capacidad, y mano izquierda del rector en turno, para controlarlo.

Aunque hubo dos candidatos en origen, era más que obvio que ninguno era el candidato oficial; por un lado el director de la facultad de Medicina, que representaba la posibilidad de cambio, y por el otro el director de la Facultad de Humanidades, arrogante personaje quien encarna la parte obscura de la institución, esa que se enemista con los cambios, que encubre conductas turbias, y se aferra al poder desde las ventajas que le otorga su cargo. Veinte años dirigiendo ininterrumpidamente una institución lo respaldan.    

Dicen los que saben, que fue la vicerrectora quien –cuidando sus intereses– hizo ver al rector la conveniencia de ser sucedido por una mujer, pero no escogió a cualquiera sino a una no necesariamente brillante, y fácil de manipular, para continuar ejerciendo el poder en las antesalas y salones contiguos a la Rectoría. Luego los caudatarios se ocuparon de ser heraldos del M. en Arq., y hacer saber a todos quienes les fue posible, quien era la designada. 

La idea de una mujer no era mala, recordemos que el punto más frágil del rector había sido los constantes reclamos de grupos feministas, y de alumnas de diversas escuelas y facultades, por los casos de acoso sexual ocurridos dentro de la institución; ayer mismo fueron noticia las declaraciones de una profesora de la facultad de Derecho, quien expuso cómo fue acosada, victimizada, y ninguneada por las propias autoridades de la facultad y de la Universidad. 

La norma no escrita de que quien sucede al rector era su secretario general, fue –en situaciones normales– rota por primera vez, para desconsuelo del propio secretario, y de los que vieron en él un delfín durante los ocho años que duró en el cargo.  Torpe el rector, no se dio cuenta de los alcances de su decisión, debió trabajarla más y aprovechar los pandémicos tiempos; pudo incluso utilizar esta circunstancia y dejar en manos de la Junta Suprema –ya bien aleccionada– la decisión. Así, sin herir susceptibilidades y cerrando ciclos con diplomática habilidad, le hubiera sido tan fácil decir: “perdimos Anuar, perdimos.”    

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Considerando que opinar no vulnera la autonomía, porque son sólo palabritas, sería conveniente sugerir al nuevo rector que –al margen de la gerontocrática estructura que debe ser renovada– elija bien a su equipo de comunicación, recordándole que al último desplegado público de la UASLP le fue enmendada la redacción. Lo digo por aquello de que el doctor Zermeño luego de ser electo, publicó en sus redes sociales que se enorgullecía por la participación de la comunidad universitaria en “el acto académico”. ¿Cuál?

Gracias por la lectura, sigan guardados en sus casas.