Pretexta, el poder secreto

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El espionaje de la vida pública y privada, llevado a cabo por instancias oscuras del Estado mexicano, es una añeja como recurrente práctica del poder político para protegerse a sí mismo. En el pasado, no muy lejano, fue instrumento de contención de líderes sociales y políticos que se oponían a los excesos del régimen gobernante. Para eso, se utilizaron los “servicios de inteligencia” de instancias como la Dirección Federal de Seguridad (DFS) y la Dirección de Investigaciones Políticas y Sociales (DIPS), dedicadas a dar seguimiento a las actividades cotidianas de quienes el Estado consideraba “peligrosos” para la pretendida estabilidad nacional, o regional en su caso.

Lo anterior viene a cuento porque, ahora, salen a la luz pública los “expedientes” de personajes que permiten, más que reconstruir episodios presuntamente cuestionables de su vida privada, confirmar la naturaleza de un sistema político de dominación que, en el viejo régimen, se caracterizaba por la degradación política de líderes de la oposición, llegando al extremo de “documentar” delitos, pasajes familiares “vergonzosos”, participación en luchas sociales clandestinas, entre otras “actividades” que podrían ser utilizadas como “pruebas” de involucramiento subversivo y, en el colmo, hasta de perversiones “morales” que atentarían contra la sacralidad de las más diversas instituciones.

Federico Campbell, escritor tijuanense, nos dejó una notable recreación de lo antes planteado en su novela “Pretexta”. El título hace referencia a las parodias que en la antigua Roma se hacían por personajes del poder que vestían la toga de línea púrpura que lleva ese nombre, para un público ávido de conocer los pormenores de un asunto “sacado de la historia nacional”. Ese ejercicio equivaldría al efecto que tendrían ciertos “informes” redactados maliciosamente desde el poder, para desacreditar la trayectoria de personajes incómodos. En la trama de la novela, un profesor universitario, sospechoso de influir con ideas contrarias a los intereses del régimen, es reconstruido en su historia personal por un “cronista enmascarado” que va juntando registros aislados de sus actividades para manipularlos. 

El estilo pirandelliano de Campbell nos remite a la típica confusión de identidad en que suelen incurrir sus personajes, pero también sirve para develar el carácter oscuro (intrincado, mafioso) de la realidad política que, en el caso mexicano, sigue dando de qué hablar por su persistencia en el pasado inmediato. El caso más reciente es el de Genaro García Luna, alto mando policíaco en los sexenios de Fox y Calderón, pero que, “hoy, hoy, hoy”, en un ejercicio peculiar de la pretexta, se apresta a soltar información secreta al gobierno gringo con tal de lograr algún beneficio en relación con el proceso que se le sigue en una Corte federal del país vecino. ¿Qué dirá y cómo reconstruirá este personaje la vida pública y privada de cierta clase política mexicana?  

Leo una nota del periódico “La Jornada”, del 24 de noviembre de 2008, en la que se da cuenta de una declaración del entonces presidente Felipe Calderón, en el marco de una reunión en Lima, Perú, de la APEC (Foro de Cooperación Económica Asia Pacífico): “la Operación Limpieza no va dirigida hacia García Luna (…) Si hubiera alguna duda de su probidad no sería secretario de Seguridad Pública del gobierno federal”. La tal “operación limpieza” de Calderón, diseñada para simular el combate a la corrupción institucionalizada, resultó un fiasco al final de su sexenio. Ahora, el largo brazo de la ley… estadounidense pone en tela de juicio todos esos lodos de aquéllos polvos y quién sabe en qué vaya a terminar esa historia; pero lo que interesa destacar es que, tarde o temprano, termina por salir la verdad que, desde el poder público, se enmascara o distorsiona para favorecer intereses inconfesables y sectarios.