Reflexiones patrias

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No sé de alguna noche de 15 de septiembre en que el Jardín Hidalgo (aunque me gusta más Plaza de Armas, me permitiré llamarlo así por esta ocasión), haya lucido como en esta ocasión. No sé, también, que algo similar hubiera ocurrido alguna vez en el Zócalo de la Ciudad de México.

Los nombres de las plazas principales de las ciudades, se adecuan según el momento; la cosa es que nadie llama, a la nuestra, Jardín Hidalgo, todos la nombramos Plaza de Armas. Sólo que en esta ocasión sería impropio llamarla así, dado que recordaría a la dominación española. 

El Zócalo citamexiquense, por el contrario, es pertinente, ya que evoca el monumento nunca concluido, y apenas sí comenzado, que Santa Anna  pretendió se construyera en memoria de los héroes de la Independencia y encomendó al arquitecto Lorenzo de la Hidalga. La construcción no pasó más allá del basamento o zócalo, que por muchos años permaneció en la plaza mayor. El vulgo parlero y decidor se ocupó del resto, y comenzó a tomarlo como referencia: “ir al zócalo”, “verse en el zócalo”, “por el rumbo del zócalo”; así llegó hasta nuestros días.  

Rectifico. No era de costumbre general y menos nacional, el tradicional grito, pero el zócalo sí lució desolado aquel septiembre de 1847, cuando la bandera de las barras y estrellas, lucía sobre Palacio Nacional. La actual es una alegoría de aquella, finalmente vivimos una invasión.

Con todo y la ausencia de concurrentes a la plaza, la pirotecnia ubicada en distintos puntos del Centro Histórico dio un toque de luminosidad y esplendor a la noche de aquel lluvioso día. El evento le salió muy bien a nuestro góber, que sólo gritó y se fue.  

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Una de las situaciones que no alcanzo a comprender en los aspectos de identidad patriotera, son esas aglomeraciones multitudinarias en que gracias a la euforia de los gritos se alcanza una catarsis que permite sentirse más mexicano; se exalta así el nacionalismo y se entroniza al gritón en turno. 

Esperemos que la ausencia de público no merme la popularidad de nuestro querido gobernador, y menos su autoridad.  Lo cierto es que este año, si bien no era necesario, simbólicamente era importante, por un lado recordar ese elemento que afianza la ya mencionada identidad, y por el otro, reafirmar que es él quién –al menos en lo ritual–sigue conservando el mando. 

Así de sui generis es el simbolismo. Las actitudes y ceremonias se supeditan a rituales en muchas ocasiones imperceptibles, pero que finalmente son los que idealizan y materializan la figura o el espacio, y a éstos les  otorgan la razón de ser.

A propósito, la bancada cuaternaria en el Congreso del Estado, no supo materializar el simbolismo de alcanzar este año, último –por fortuna– de esta ignominiosa y execrable legislatura, la presidencia de la mesa directiva. Lo merecen por ineptos y arrogantes.

Gracias por la lectura; consuma chiles en nogada y pozole.