De brindis y otros dones
Decir y desear salud nunca fue tan necesario.
Dar una carrera con las maletas no urge, pues parece que viajar mucho por placer no será recomendable en varios meses. Ponernos calzones de un color u otro «es hasta cierto punto intrascendente». Eso sí, para saludar a la distancia a los ausentes (temporal o definitivamente) y desear salud a los presentes (presencias como sinónimos de regalos), este fin de año escanciemos nuestra bebida favorita y alcemos nuestras copas.
Sí, seguirá la pandemia, a pesar de las vacunas. El cierre de algunas actividades no fue el que debió haber sido y en los tiempos que debieron ser, ni hay monitoreo o pruebas suficientes, así que la curva de incremento, dicen los que saben, descenderá a mediados de enero, si bien nos va. No se conocen las cifras reales de casi nada. Las 3 mil dosis iniciales ya causaron reacciones, no en a quienes se las pusieron sino en los observadores. La épica del canciller aedo contrasta con los usos y costumbres de buena parte del aparato oficial. Llegaron ya otras 49 mil, esperemos que los directivos y políticos no arrebaten, como acostumbran.
Sí, el fin de año no significa que los males van a acabar, pero es una oportunidad de reprogramarnos, de decir «va de nuevo» al reiniciar nuestro cronómetro, aunque sea simbólico, como es simbólico alzar la copa y desearnos salud. Un momento arbitrario, como lo son tantos, pero nos sirve para ver el reloj de otra forma, para formular planes y buenos deseos.
El ritul del brindis comenzó como un ofrecimiento a las deidades: ya los griegos hacían un ofrecimiento público a los dioses, alzaban la copa y ofrecían una libación para tener buen ventura, pues derramar algunas gotas es ofrecer el vino a la tierra y a quienes yacen en ella. En la religión católica alzar la copa es consagrarla, transmutarla. Alzar la copa es comunión.
El brindis es también un género discursivo que se fue extendiendo a otras ceremonias más mundanas, como el matrimonio, generalmente a cargo de alguien que sabe hablar (al menos «tiene fama» de ello), o es muy cercano a la pareja, lo cual ha creado un subgénero que podríamos llamar «el del tío borracho que se cree chistoso».
La ritualidad del brindis incluye chocar los vasos y las copas para, dicen, que el sentido del oído se una a la alegría del beber en la que el gusto y el olfato son protagonistas: entre más estruendoso, mejor. Otra versión: viene de cuando la bebida podía estar envenenada: al chocar los recipientes se buscaba mezclar al menos algunas gotas con los otros, y garantizar esa proclamada salud. Este año no va a ser posible, precisamente para tener salud. Acaso un roce discreto, de preferencia entre quienes compartimos cubiertos cotidianamente.
Brindis literarios hay muchos (estos días compartiré algunos en mi blog), pero viene a mi mente el de Sandman, de Neil Gaiman. Ante una posible interrupción de las reuniones que tienen cada cien años, Morfeo, señor del sueño, busca a su amigo Hob Gadling, un hombre que no quiere morir, para brindar con él. Al chocar las copas, dice Gadling: «Por los amigos ausentes, los amores perdidos, los viejos dioses y la estación de nieblas. Y que cada uno de nosotros dé al Diablo lo que se merece».
«El brindis del bohemio» fue escrito por Guillermo Aguirre y Fierro, originario de San Luis Potosí; su temática, versificación y rimas lo han hecho uno de los más declamados en ceremonias del día de la madre, fiestas de fin de año y hasta concursos escolares. No por nada Carlos Monsiváis tituló a su conocida columna «Por mi madre, bohemios», en honor a esta cúspide de melcochosidad popular, de la que decía es «un gran residuo de la cultura del arrebato» y por eso exhibía lo que hablan los políticos seguido de los famosos «sic de la R.». Discursos que buscaban (buscan) «documentar nuestro optimismo» pero resultan hilarantes o penosos en la mayoría de los casos.
Hace casi mil años que Omar Khayyam compuso versos llamados «Rubaiyat» («cuartetos» en persa), a veces traducidos como «Canciones para beber», en los que enaltecía el instante que se va, el instante en el que tenemos la oportunidad de alzar la copa antes de volver al trabajo, a la vida cotidiana. No hay más, solo el vaso y con quien estemos: «Puesto que ignoras lo que te reserva el mañana, procura ser feliz hoy. Coge un ánfora de vino, siéntate a la luz de la luna y bebe, mientras te dices que quizás mañana te busque, en vano, el astro de la noche».
Y esto, «Último brindis», de Nicanor Parra:
«…sólo nos va quedando el mañana:
yo levanto mi copa
por ese día que no llega nunca
pero que es lo único
de lo que realmente disponemos.»
Tengo amigos, amigas y conocidos en el hospital. Hasta ahora todos van evolucionando, ojalá así sigan. Esperemos sean puras buenas noticias de aquí a fin de año; por eso urge un (re)inicio, el que sea. Cuidémonos y vayamos a por ese año nuevo, recién desempacado, con sus hojas de los días listas para nuevos retos y satisfacciones.
Y bueno, no por hacer muchos brindis es mayor el efecto, así que, como dicen: de preferencia, todo con medida, y si no, síganse cuidando. ¡Salud!
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Correo: debajodelagua@gmail.com
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