En gustos se rompen géneros

Los géneros literarios son el tema de alguna de las primeras sesiones en cada taller que imparto. La manera en que clasificamos lo que escribimos, los cambios que han tenido estas clasificaciones, sus diferencias con otros idiomas, los nuevos géneros y las rupturas de esas reglas para nombrar lo que se escribe son temas apasionantes y casi siempre se logran buenos debates.

En español, hasta hace poco solo se hablaba de tres géneros literarios: narrativa, poesía y teatro. Dentro de la narrativa había solo dos sopas: novela y cuento. Hace no mucho se empezaron a estudiar más en forma en la academia  los géneros de tradición oral, como el corrido, la leyenda o las canciones de cuna, y a dársele al ensayo un peso más literario. 

El microcuento y la novela de no ficción, por ejemplo, se salen de los géneros tradicionales. Como el ensayo. Por algo Alfonso Reyes definió a éste como el Centauro de los Géneros: “hay de todo y cabe todo, propio hijo caprichoso de una cultura que no puede ya responder al orbe circular y cerrado de los antiguos, sino a la curva abierta, al proceso en marcha, al etcétera”.

Son una aplicación de criterios que sirven para ordenar ideas, cosas, seres, no deben ser una camisa de fuerza ni tienen sello de eternidad. Los géneros dependen de su época. Son, según Ortega y Gasset, “direcciones en que gravita la creación estética”.

(A mí, por cierto, me choca que se llame “escritura no utilitaria” a la literatura en algunos textos académicos.)

Cuando en el taller pregunto si cierto texto es cuento o novela, casi nunca hay unanimidad. Las mejores novelas son poéticas y no todos los escritores nacidos en la década “X” o que empezaron a escribir en la década “Y” son miembros de una generación. Y si no me creen, vean el caso de la Literatura de la Onda, o la renuencia de Manuel José Othón a ser considerado modernista.

En literatura, como en la vida, hay que conocer las reglas para romperlas con conocimiento de causa. Por eso soy transtextual.

Aun así, hay quien insiste en que ciertos géneros son los que deben ser tomados en cuenta. O más, que son la única forma de nombrar. Veamos rápidamente un par de noticias sobre esto de los géneros.

En San Luis Potosí ya es legal el matrimonio entre dos personas del mismo sexo. Un voto hizo la diferencia, pues la decisión se tomó en el Congreso del Estado por apenas catorce votos, mientras doce fueron en contra y hubo una abstención. Con San Luis Potosí ya son 18 los estados en que se reconoce este derecho.

Se atenta contra el “matrimonio natural”, dijeron los opositores a este reconocimiento a los derechos humanos. ¿Pero qué es el “matrimonio natural”? “Que no le llame matrimonio”, pidieron, en su confusión entre sociedad conyugal y sacramento.

Género, según la Organización Mundial de la Salud (OMS),

«se refiere a los conceptos sociales de las funciones, comportamientos, actividades y atributos que cada sociedad considera apropiados para los hombres y las mujeres. Las diferentes funciones y comportamientos pueden generar desigualdades de género, es decir, diferencias entre los hombres y las mujeres que favorecen sistemáticamente a uno de los dos grupos».

En esto de los géneros falta mucha discusión razonada. Hay cambios, pero  los prejuicios siguen. Apenas hace unos años se dejó de considerar enfermedad mental a la homosexualidad. No olvidemos que se ganó esta votación en el Congreso local por apenas un voto y que todos los días surgen noticias de crímenes por odio o intolerancia. 

Nos debemos debates serios sobre aborto y adopción, sobre la relación (disimulada) Iglesia-Estado, sobre lo público y lo privado. Apenas hace un par de días la OMS reemplazó el término ‘transexual’ por ‘incongruencia de género’, junto cuando el debate sobre ‘feminidad’ entre feministas radicales y transexuales está en su punto más candente.

El otro tema que ojalá platiquemos (en el aula, en el café) es de los géneros periodísticos. Los hay informativos (nota o noticia, entrevista, reportaje) y de opinión (artículo, columna y editorial). Los hay híbridos (centauros, diría Alfonso Reyes), como la crónica o la crítica de arte. 

Los géneros informativos buscar la objetividad, la confrontación de datos o fuentes, los hechos más que las declaraciones. Los de opinión se basan en la credibilidad o en la facultad de alguien para comentar o analizar lo que está sucediendo a nuestro alrededor. Hay columnas con datos, de trascendidos, de investigaciones especiales…

Las broncas vienen cuando los confundimos. 

1) Hace unos días alguien criticó una columna por no tener datos duros que la sustentaran. “Si yo fuera su editor…”, dijeron. 2) Hubo una buena andanada de regaños contra Notimex por publicar una nota que más parecía opinión acerca de la presentación de un libro, casualmente de uno de los periodistas más críticos de la administración federal. Encima, la titular de la agencia de noticias criticó a los críticos aduciendo libertad de expresión.

La nota de Notimex es una mala nota, o acaso una crónica fallida. La columna es lo que opina, cree o investigó alguien al que le podemos creer o no, pero es su punto de vista y ni modo. Hay que defender hasta la muerte su derecho a decirlo, como dijo el que lo dijo.

El periodismo cultural como género tampoco es muy apreciado. Suele ser una fuente “de castigo”, de las que se dejan para principiantes o para los cada vez menos interesados en los temas de arte y tradición. Incluso llamarle Cultura a una sección de arte (si bien nos va, a veces son solo dos o tres notas de inauguraciones y anuncios) es algo que debería replantearse. No hay suplementos, no hay apoyos de ningún tipo para su profesionalización y desarrollo. Y el periodismo cultural, como el científico, es necesario.

¿Una columna es un ensayo?, me preguntan a veces. Puede serlo, dependerá del escribano u opinólogo. Espero que sigamos ensayando.

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