El poder de la palabra (y 2)

Compartir:

Hay palabras que adornan y las que son esenciales (sustantivo: sustancia; verbo: acción), hay palabras-términos y palabras-conceptos. Y abstracciones: palabras fritas o medias crudas. Las hay a la vez microscopios y naves espaciales. Unas gatillo, otras salvavidas. Las hay pecado o muletilla.

Las palabras significan, algunas cambian de referente, las más se quedan en el baúl de Pandora, aunque a veces salen de ahí y de vez en cuando son de generación espontánea. Y llegan las frases, las oraciones. Con una frase ya andamos a veces queriendo psicoanalizar al otro, y empleamos sin saber términos como ‘locura’, ‘privilegio’, ‘flamante’, ‘vandalizar’, ‘experto’ o ‘artista’, por citar algunos de los que acabo de ver en una ojeada a mi línea temporal de Twitter.

Hay que cederla, compartir y turnarse la palabra, sin arrebatarla. Y saber que no es lo mismo oír que escuchar, ni leer a comprender, como no es lo mismo ‘dar el beneficio de la duda’ que ‘dar el avión’.

Ya lo hemos dicho en estos rumbos: somos malos para interpretar correctamente. Prejuicios o ignorancia, sepa la bola. Antes de que el otro termine de hablar ya estamos pensando en la respuesta, acomodada a lo que pensamos (o creemos pensar, porque a veces ni eso). Hay voces (orales o escritas) que merecen saborearse, analizarse. Hay lenguas mágicas.

Siempre hay un pero. Si vale o no ya es otra cosa. Minimizar el golpe de estado en Bolivia aduciendo ‘una invitación a retirarse’ de parte de los militares es una muestra reciente, pero todos los días nos topamos con que se tienen otros datos.

De pena ajena, por ejemplo, el uso de la palabra ‘autista’ como insulto. De pena propia haber permitido o hasta votado para que quien la emplea haya estado al mando de una nación. 

Como todo poder, la palabra conlleva cierto grado de responsabilidad directamente proporcional. Ustedes saben de quién es la frase original, y que hay palabras que tienen derechos reservados, aunque el plagio esté normalizado, a veces muy justificadamente.

Un insulto suele ser una proyección. 

Gracias a la predominancia de la imagen sobre la palabra muchos no prestaron atención al poderoso mensaje de la artista Mon Laferte en la pasarela y en su discurso de agradecimiento durante la ceremonia de entrega del Grammy Latino, en el que incluyó una bella y enérgica décima:

«“Chile: me dueles por dentro, / me sangras por cada vena, / me pesa cada cadena / que me aprisiona hasta el centro. / Chile afuera, Chile adentro, / Chile al son de la injusticia, / la bota de la milicia, / la bala del que no escucha / no detendrá nuestra lucha / hasta que se haga justicia”.»

Y hablando de esa imagen, muchos congéneres (‘congéñeres’) criticaron los pechos de la cantante en lugar de apreciar el poder de la palabra. «En Chile torturan, violan y matan». Y eso que estaba en mayúsculas. Es desesperante la fijación humana por tamaños, colores o texturas cuando el mensaje es lo importante. Como fijarse en el tamaño o en el color de unos ojos, cuando lo que importa son las miradas.

Funcionarios ‘de izquierda’ acusan de ‘conservador’ a quien se les da la gana, una actriz de telenovelas llama ‘gorda’ a una senadora de la república, fulano o zutana califican al Otro de dictador, facho o socialista. De ‘naco’ o ‘mugroso’ mejor ni hablamos. Qué miedo que alguien que se presenta como restauradora de la democracia enarbole un libro y diga: «La Biblia regresa al gobierno, la Biblia regresa al palacio». Qué miedo que algunos manifiesten querer un golpe de estado, aquí, en Bolivia o en China. Qué miedo cualquier justificación de la violencia.

Que la retórica sea más para compartir, no para esconder. Y más poética, por favorcito.

Y si escribimos, hacer como dice Alan Moore (en la entrevista que hoy comparto en mi blog): 

«Trata a la escritura como si fuera un dios, como si fuera una inmensa y poderosa deidad de la que tú tienes un fragmento, piensa que tienes que hacer tu mejor trabajo, pues nada salvo tu mejor trabajo sería suficiente».

La otra que quiero compartir es que obtuve el premio de narrativa Manuel José Othón del Certamen 20 de Noviembre 2019, estatal, por mi novela La bruja guachichil, palabras para otra magia, basada libremente en la historia de los primeros años de San Luis Potosí, y que será publicada por la Secretaría de Cultura de San Luis Potosí antes de un año.

Durante varios años he solicitado a varias instituciones que me empleen dando talleres en barrios, bibliotecas o municipios. He propuesto me paguen una cantidad mínima por hora o por día, más viáticos (alimentación, transporte, hospedaje en su caso). Casi siempre me han salido con que qué padre, que ellos me llaman… y no han llamado. Reitero la oferta públicamente para dar talleres, asesorías, para frente a frente y de viva voz platicar y discutir en otros lares de este poder de la palabra, de las lecturas de cada quien y analizar escrituras.

Si todo va bien saldrán en 2020 al menos esta novela, un libro de cuentos y (hagan changuitos) dos o tres publicaciones más de parte de las instituciones a las que presto mis servicios. 

Emocionado, sí. Los agradecimientos están muy claros. Sigue una última revisión de la novela. Redactar la dedicatoria. Ya tengo un par de plumas amigas que me harán el favor de prologarla. Luego a buscar coeditores, y pensar en cómo difundirla.

Por lo pronto, a ver si abro un taller literario semanal o club de lectura durante enero y febrero, en casa o una sede aún por definir (requisito para el lugar: café cargado y humeante). Sin costo. Y ofrezco una beca individual para que a partir de diciembre alguien se pueda inscribir en el taller que los sábados daré en el Centro de las Artes de SLP durante el primer trimestre de 2020. Pronto daré más información.

Para viajes, talleres y servicios editoriales, se aceptan propuestas.

Web: http://alexandroroque.blogspot.mx

Twitter: @corazontodito