La huella de carbono y la competitividad en las empresas
A partir de la firma del acuerdo de París en el año 2015, las reglas del juego en la economía global cambiaron. Lo que en un inicio fue una agenda y un pacto climático, se ha ido consolidando como un nuevo marco de competitividad, en donde la capacidad de las empresas y del país se centran en la reducción de las emisiones de gases efecto invernadero. Un criterio adoptado para evaluar el desempeño ambiental es la huella de carbono, la cual mide la cantidad total de gases de efecto invernadero que se emiten directa o indirectamente por una persona, empresa, producto o país. Se expresa generalmente en toneladas de CO2, y en el caso de México proviene principalmente de energía (electricidad, transporte, industria), agricultura y ganadería y residuos y deforestación.
La huella de carbono se ha consolidado como un nuevo indicador clave de desempeño, al mismo nivel que los indicadores financieros, logísticos o de satisfacción del cliente. Según el Protocolo de Gases de Efecto Invernadero (GHG Protocol), las emisiones corporativas se clasifican en tres niveles de alcance: Alcance 1: emisiones directas producidas por fuentes controladas por la empresa (vehículos, maquinaria, calderas); Alcance 2: emisiones indirectas, derivadas del consumo de electricidad o energía comprada; y Alcance 3: emisiones indirectas de la cadena de valor, como transporte de insumos, viajes de empleados, uso y disposición de productos, y proveedores.
Entre los sectores con mayor huella de carbono, se encuentran el de generación de energía eléctrica, el transporte, la industria manufacturera, la agricultura y ganadería, la construcción y materiales, y el de residuos y gestión del agua. En relación a los productos con mayor huella de carbono en el mundo, se identifican la carne de res por las emisiones del metano del ganado, el consumo de agua y la deforestación; los lácteos, por la emisión de grandes cantidades de metano y uso de energía para la refrigeración; el chocolate y el café por el uso de energía, la deforestación y la transportación; los materiales de construcción y los textiles, los plásticos, productos electrónicos, entre otros.
Hoy en día, reducir la huella de carbono no solo es una obligación ambiental, sino una ventaja competitiva en la economía. Por ejemplo, las empresas mexicanas con bajas emisiones podrán exportar con menor costo e incursionar en mercados internacionales exigentes; se incrementa la atracción de inversión extranjera, en la actualidad los inversionistas internacionales priorizan proyectos sostenibles, y empresas mexicanas podrían atraer inversión verde si se promueven las energías limpias y la divulgación de información ambiental; existe un ahorro y eficiencia al optimizar procesos productivos, tanto de consumo energético como logísticos, lo que reduce los costos y mejora la rentabilidad a largo plazo; las marcas con políticas claras de sostenibilidad son más valoradas, lo que incrementa su reputación corporativa y la fidelización de los clientes.
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A pesar de que existen compromisos a nivel país a través del Acuerdo de París, para reducir las emisiones en un 35% para 2030, y existen programas como el Sistema de Comercio de Emisiones (SCE), el Programa GEI México y la Estrategia Nacional de Cambio Climático, hay retos por superar, como es la dependencia de energías fósiles, la ausencia de incentivos para las micro, pequeñas y medianas empresas y una escasa cultura de medición y reporteo ambiental.
Para mejorar la competitividad se requiere del diseño e implementación de estrategias que fomenten la eficiencia energética, el establecimiento de sistemas de medición y certificación, la adopción de modelos de economía circular y el impulso de la educación ambiental. La reducción de la huella de carbono no solo protege el medio ambiente, sino que aumenta la competitividad, mientras que empresas con bajas emisiones son más eficientes, innovadoras y atractivas para el comercio global y la inversión sostenible.
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