Memoria y agravio
Justo antes de concluir funciones, los actuales ministros de la Suprema Corte de Justicia de la Nación resuelven desagraviar a Lorenzo Córdova, el tristemente célebre expresidente del Consejo General del Instituto Nacional Electoral (INE) que, hace 9 años ya, se burló de un representante de uno de nuestros pueblos originarios cuando se atrevió a reclamarle cumpliera con la responsabilidad de garantizar elecciones democráticas. La vergonzosa conducta fue plasmada, como ejemplo claro de racismo exacerbado, en un libro de texto para educación primaria y Lorenzo se sintió agraviado… olvidando el agravio cometido por él mismo a un pueblo originario. Como bien lo señaló la presidenta de México, Claudia Sheinbaum, el pueblo mexicano no olvida y aunque sea retirada la referencia de marras en un texto, la memoria del agravio permanecerá para tener presente que hay funcionarios públicos sin la menor pizca de ética. En su tiempo, Nicolás Maquiavelo describió con agudeza, para no pocos príncipes de su época, que: “la virtud queda, aunque los medios cambien”. La virtud a la que se refería Maquiavelo era, precisamente la que se ha vuelto sentido común identificar como esa que dicta “el fin justifica los medios”, es la virtud de buscar y mantenerse en el poder, al costo que sea. Virtud negativa, por supuesto, pero que Maquiavelo simplemente describía, como realidad de su tiempo.
Los exabruptos de Lorenzo Córdova no fueron pocos ni de poca monta y, en el fondo, decían más de él que de las personas que buscaba humillar. Volviendo al caso de la burla grosera de Lorenzo sobre la forma y contenido de lo expresado por un representante indígena, el entonces consejero presidente del INE calificó el incidente como una “crónica marciana”, aludiendo al título de una novela de Ray Bradbury que, curiosamente, refiere el caso de una comunidad de esclavos negros dispuestos a marcharse a la Luna con tal de ya no sufrir los malos tratos de sus “amos” y, uno de los “amos”, acongojado porque ya no dispondrá de servilismo forzado, suplica que, antes de partir, se despidan de él y se dirijan a su persona, por última vez, como “el señor”. Pues bien, tal parece que Lorenzo se la pasó suplicando para que le concedieran una vez más la gracia de ser tenido como como “el señor”… del INE y, para ello, insistió en que la reforma electoral para democratizar el organismo electoral ponía en riesgo al país y pedía mantenerlo intocado. Pero el tiempo puso a Lorenzo en su lugar y ese lugar no es más que el basurero de la historia, como personaje racista y de nula conducta ética que, hasta el propio Arnaldo Córdova, destacado politólogo y padre de Lorenzo, llegó a esbozar que le causaba pena ajena.
El racismo es una huella de identidad que la modernidad capitalista pide a los ciudadanos para acomodarse o adaptarse a un modelo de comportamiento que justifique las reglas (económicas, sobre todo) del sistema. Cierto “espíritu del capitalismo”, que Max Weber relacionó con el protestantismo puritano del siglo XVI, como una conducta moderada, ascética y predestinada, casi inmaculada o de una “blancura” que, luego, se traduciría en la “blanquitud”, en el racismo funcional, cultural o, en el extremo, en un racismo étnico y biológico como el del nazismo.
Evidentemente, ese “ethos” histórico del capitalismo se empató con la noción del ciudadano burgués que va emergiendo en esa época del siglo XVI y que se refiere al pragmatismo del hombre que busca hacer fortuna, la “pragma” entendida como la posibilidad de hacer negocios y que es el telón de fondo de las vicisitudes políticas descritas por Maquiavelo. El racismo es la persistencia de una suerte de “grado cero de la identidad concreta del ser humano moderno” (Bolívar Echeverría, dixit), que pretende como “natural” lo que, sin duda, es una construcción artificial para justificar las desigualdades. En fin, la suerte de Lorenzo hace mucho que fue echada. La Corte que se va, también cierra su ciclo con más pena que gloria.
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