REGIÓN DE LAGOS Y VOLCANES

Mientras con la trompa vertía agua cristalina en su boca, la mamut líder observaba a su manada. Disfrutaba viéndolos beber y comer; unos se habían metido al lago y bebían con la boca sumergida, terminaron revolcándose felices en el lodo. A la matriarca le agradó ver tantos tipos de aves nadando entre los tulares y otras plantas acuáticas que bordeaban la orilla; la conducta de los pájaros que vigilan desde la altura, informa lo que ocurre alrededor, un vuelo repentino o un graznido, podría indicar algún depredador merodeando.
El lago parecía extenderse hasta los montes y serranías lejanas, los mamuts habían llegado desde el sur, se encontraban en lo que hoy sería Chalco o Xochimilco. En las praderas, pastaban grupos de bisontes y de camellos americanos entre mezquites y huizaches. La matriarca buscó otros de su propia especie, pero no vio a ninguno; al anochecer durmieron entre un bosque de pinos y encinos.
En su diario forrajeo, los mamuts caminaban kilómetros, explorando su nuevo territorio. En ocasiones nadaban por el lago somero hacia los islotes rocosos en la rivera poniente donde veían ahuehuetes, sauces y otros arboles frondosos. Estas islas, en el futuro lejano serían el lugar donde se asentaría la histórica civilización azteca.
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Los mamuts empezaron a conocer las especies de animales que vivían en el lago. Los camellos eran de trote lento, desordenado y solo corrían cuando eran atacados por leones que saltaban de improviso de entre los matorrales. Le admiró la velocidad y resistencia de los caballos cuyas compactas manadas eran guiadas por un veloz macho dominante. Una vez presenciaron la hábil cacería de caballos por lobos; estos no se lanzaron directamente hacia ellos, que corrieron a un lado de la manada de los equinos arrinconándolos a la ladera de un cerro, correr por la pendiente los caballos se separaron, los lobos agarraron a uno había subido más por la pendiente y se quedó solo. Dos lobos que habían subido antes sin que nadie lo notara, bajaron a toda velocidad tumbando al caballo que rodo por la ladera. Los demás lobos llegaron y dieron cuenta de él, casi al instante.
Durante todo el Pleistoceno, que duró unos dos millones y medio de años, los pastizales del Altiplano de San Luis, Chihuahua, Coahuila, Jalisco, Bajío, junto a las cuencas volcánicas de Puebla y del valle de México mantenían una abundante megafauna.
La manada de la joven matriarca permaneció en las riberas orientales del gran lago cerca a los nevados y un día, subieron por la ladera a buscar pinos hasta el límite de la nieve que en ese entonces llegaba hasta muy abajo. A la matriarca le atraía la nieve, le despertaba cierta tristeza e inquietud, creía que podría encontrar otros paquidermos. Pisar la nieve refrescaba sus patas, algunos intentaron atrapar grumos con sus trompas, pero se desmoronaban antes de poderlos poner en sus bocas. Los mechones de pastos que crecían allí eran dulces y nutritivos. Antiguos glaciares, habían erosionado las coladas de lava en formas extrañas; les asombró encontrar la entrada de un antiguo túnel de lava; se habían formado carámbanos verticales que colgaban de las salientes. Bajaron hasta un bosquecillo de abedules para pasar la noche y la líder vio que no faltara ninguno. El aire frio y seco de la altura les agradó, las estrellas brillaban intensas y la silueta oscura de los volcanes se perfilaba en el cielo nocturno.
Los grandes lobos (Aenocyon dirus) eran depredadores muy eficientes en todo el territorio mexicano durante la era del hielo, cazando en equipo.
La joven matriarca permaneció despierta, solo dormitando a momentos. Fue entonces cuando escuchó unos agudos gemidos que venían de la montaña, parecía ser de un mamut muy joven, ella pensó en la cueva que habían visto. Aunque segura que no era nadie de su grupo, la matriarca emitió una fuerte barritada de alarma que despertó a su manada. Todos se agitaron inquietos y alertas por un rato, pero no se escuchó nada más y volvieron poco a poco a su descanso, los mamuts no temían a ningún depredador. Al día siguiente, la manada continúo pastando en las laderas del volcán, arrancaban manojos de hierba aun mojada por el rocío. Ya atardecía y el viento bajaba de la montaña, empezaba a descender, pero la joven matriarca decidió revisar la cueva de hielo, aun angustiada por el grito que habían escuchado. La valiente líder se acercó a la entrada de oscura roca basáltica, era amplia y ella avanzó adentrándose paso a paso.
La estrategia de cacería organizada del grupo de lobos siempre les daba buen resultado.
Su agudo olfato le decía que no había ningún animal allí adentro, pero su piel temblaba como de frío. Solo escuchaba agua de deshielo que goteaba del techo. El sol del atardecer entraba por unas aberturas en la cueva e iluminaba una pequeña laguna congelada de intenso color azul. Sin hacer ruido, se acercó percibiendo un muy ligero olor, a mamut, a fuego y otros animales que no identificaba. La caverna no había sido ocupada por ningún animal hacía mucho tiempo, pero la matriarca temblaba ¿Qué podía temer ella, era grande y fuerte? En el hielo de la laguna congelada, vio un pájaro que aun, tenía las alas extendidas y parecía volar. Avanzo un poco más y de pronto la vio en el hielo, era la cabeza de un pequeño mamut muerto hacía mucho tiempo, pero aún tenía los ojos desesperados y vidriosos. La joven matriarca emitió un quejido de pavor, que resonó profundo en su pecho, retrocedió golpeándose con las paredes de la cueva, desprendiendo piedras y carámbanos de hielo bufaba llena de pánico, gimoteando como cuando era pequeña…
(CONTINUARA EL PRÓXIMO LUNES)
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