Del credo al cuarzo
El tránsito silencioso de la fe:
del rezo al decreto, del templo
al cuerpo, del cielo a la energía.
En la temporada en que las calles se llenan de calabazas y altares, y los vivos recuerdan a los muertos, también se multiplican las preguntas sobre la vida, la fe y lo que dejamos atrás. La vida moldea al individuo y a las comunidades igual que el viento da forma a la arena. Con el paso del tiempo, nuestras creencias, valores y certezas se transforman, pulidas por la experiencia y las preguntas que cada época impone.
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Durante siglos, la religión organizó el sentido de la vida. Pero ese adoctrinamiento comenzó a diluirse cuando la ciencia se volvió accesible, cuando dejó de hablar solo para expertos y empezó a traducirse en palabras comprensibles. La razón, convertida en conocimiento compartido, cuestionó santos, trinidades y dogmas. Y así, muchos pasaron de la fe al escepticismo; de los rezos a la duda.
Mientras Halloween celebra el miedo y el juego con lo sobrenatural, el Día de Muertos invita a la reflexión y al recuerdo, recordándonos que las creencias siempre han acompañado al ser humano frente a la muerte. Hoy, esas formas de fe conviven con nuevas prácticas: la energía, el karma y los decretos buscan, de manera distinta, dar sentido a la vida y a la pérdida.
Sin embargo, la necesidad de creer no desapareció: cambió de forma.
La margarita del “sí creo” se deshojó y en su lugar floreció una espiritualidad distinta, más difusa, más personal. Una que ya no se ancla en dioses, sino en “energías”, “vibras” y “karma”. Un nuevo lenguaje simbólico que, más que reemplazar, reinterpreta la vieja fe.
En muchas ciudades, la espiritualidad contemporánea tiene rostro y rango social: la energía, el karma y los decretos se han vuelto un fenómeno especialmente visible entre la clase media urbana, donde el bienestar personal y la autoayuda se entrelazan con prácticas que recuerdan a los rituales hippies de paz y amor, ahora reinventados para un mundo digitalizado. Asistimos a talleres de sanación, ceremonias de meditación colectiva y retiros que prometen equilibrio interior, uniendo cuidado del cuerpo, de la mente y del entorno en un mismo acto. Sin embargo, esta búsqueda de sentido no siempre ofrece respuestas definitivas: seguimos sintiéndonos huérfanos de un Dios o de un poder superior que dé certezas frente a la vida y la muerte, conscientes al mismo tiempo de nuestra fragilidad y de la huella que dejamos en un planeta que también necesitamos comprender y proteger.
El auge de los rituales de sanación, los decretos positivos y el “buen karma” recupera parte del espíritu de los años hippies, ahora adaptado a un mundo hiperconectado. Las redes amplifican los mensajes de bienestar y equilibrio interior, donde la intención y la armonía sustituyen la penitencia y el dogma.
Hemos desplazado la divinidad hacia lo cotidiano. La búsqueda de sentido, antes concentrada en lo trascendente, se dispersa hoy en lo inmediato: el cuerpo, la energía, la emoción. La ciencia y la espiritualidad conviven, a veces en tensión, a veces en diálogo, intentando responder a las mismas preguntas que han acompañado siempre al ser humano.
Quizá no se trate de pérdida ni de ganancia, sino de transformación.
De una fe colectiva y vertical a una espiritualidad más íntima y horizontal.
Del credo al cuarzo: del rezo al decreto, del templo a la intención. Diferentes lenguajes para una misma necesidad de sentido.
En estas fechas, entre calaveras de azúcar y linternas de calabaza, recordamos que la fe cambia de forma, pero no desaparece. Celebramos la vida y honramos la memoria de quienes nos precedieron, mientras seguimos buscando respuestas a nuestra propia existencia.










