“ANÓNIMO ERA MUJER”, DE BEATRIZ SIMÓN
La insurgencia silenciosa de los materiales cotidianos reunidos en las obras de la artista, se exhiben en el Museo de Arte Contemporáneo de SLP
Galeria
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En las salas del Museo de Arte Contemporáneo de San Luis Potosí, las obras de Beatriz Simón se presentan como superficies que respiran. Emiten un olor tenue a jabón, guardan partículas de polvo doméstico, retienen marcas de café, pigmentos de maquillaje y rastros de labores diarias. Frente a ellas, la pintura deja de ser un territorio purista para convertirse en un campo expandido donde los trabajos invisibilizados de las mujeres adquieren un brillo inesperado.
La exposición “Anónimo era mujer” propone un recorrido donde lo doméstico —aquello históricamente encasillado como “menor”— se inscribe en el lenguaje del arte como un manifiesto silencioso. A partir de materiales asociados al mantenimiento del hogar y al embellecimiento del cuerpo femenino, Simón reescribe un relato donde las mujeres ya no son solo musas o modelos pasivas, sino agentes que toman la palabra desde lo cotidiano, reclamando el derecho a ocupar un lugar en la historia del arte.
En una entrevista exclusiva para Pulso Diario de San Luis comentó qué decidió transformar fibras de trastes, jabones gastados, polvo doméstico o maquillaje en recursos pictóricos, Simón recuerda que la inquietud nació de un impulso casi visceral, explica que siempre sintió fascinación por esos objetos que la mayoría preferiría ocultar:
“Esos materiales que ves como insignificantes… nadie se va a quejar de un jabón chiquito que usas para bañarte y luego ya no sabes si tirarlo o pegarlo al siguiente. Yo los fui recolectando de más de 200 mujeres —y también algunos hombres— y empecé a encontrarles una fascinación”.
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ESTEREOTIPOS Y EXPECTATIVAS
Para la artista, no se trata de exaltar un universo decorativo, sino de revertir el gesto social que relega estos materiales al patio trasero, al clóset de limpieza o a la intimidad vergonzante del tocador. En sus palabras, son elementos esenciales para la vida diaria, pero culturalmente se han asociado al trabajo invisible femenino, cargado de estereotipos y expectativas.
“Son materiales que dignifican nuestra vida… pero estamos acostumbrados a verlos con pena, a esconderlos. Yo los rescato”. En su obra, lo doméstico no aparece como símbolo de servidumbre, sino como prueba de un saber heredado, repetitivo y corporal, que pocas veces ha sido reconocido como parte de un legado cultural.
Simón reconoce que trabajar con estos materiales planteaba un desafío técnico y conceptual. No sabía cómo articularlos dentro de la tradición pictórica sin que fueran meras ocurrencias. Por eso decidió profundizar en la historia del arte contemporáneo y dialogar con su curador, Marlon García, para construir un cuerpo de obra capaz de fracturar los límites del medio y al mismo tiempo sostener un discurso sólido.
LENGUAJE PICTÓRICO DESDE UN FEMINISMO CRÍTICO
El resultado es un conjunto de piezas que reactivan el lenguaje pictórico desde un feminismo crítico: El jabón Zote se convierte en soporte escultórico, como en Anónimo era mujer un autorretrato, donde la fragilidad del material desafía la permanencia monumental de los bustos clásicos. Los barnices de uñas reproducen gestos minuciosos que remiten tanto al acto de pintar la superficie de una uña como al trabajo del pintor frente al lienzo.
El polvo doméstico forma paisajes matéricos que encapsulan la memoria de cientos de hogares. El rubor genera campos de color rosado que evocan la tradición de representar la belleza femenina.
La artista adopta estos gestos y los desplaza de su contexto funcional hacia una dimensión simbólica que problematiza la relación entre género, trabajo y estética. Las acciones repetitivas del hogar se interpretan como procedimientos artísticos y, a la inversa, la pintura se revela como una práctica profundamente performativa.
SOBREMSA, ENTRE LAS PIEZAS MÁS POTENTES
Entre las piezas más potentes se encuentra Sobremesa, una obra que conserva las huellas de tazas de café utilizadas durante conversaciones privadas entre la artista y mujeres de su círculo cercano. Cada marca es el vestigio de una historia de discriminación, violencia o silenciamientos cotidianos.
Beatriz recuerda el impacto emocional de esas charlas: “Me contaban historias de hombres que no daban lugar a la mujer… o de mujeres que tampoco daban lugar a la mujer. Ese cuadro es un testimonio de todos los que sufrieron”. El trazo de cada taza funciona como un archivo del afecto y del dolor. Aunque el contenido verbal de las conversaciones permanece oculto al espectador, las huellas materiales hablan por sí mismas.
LA AUSENCIA DE LAS
MUJERES DENTRO DEL CaNON ARTÍSTICO
La exposición también invita a pensar en la ausencia de las mujeres dentro del canon artístico. Durante siglos, las creadoras que lograron sobresalir lo hicieron bajo seudónimos masculinos o desde márgenes restringidos. Retoma esta herida histórica para subvertirla desde el presente,“Me gusta pensar que hemos avanzado, pero no lo suficiente. Hay que seguir luchando de manera constructiva para lograr un lugar más justo”.
La voz de Simón se vuelve así una reflexión que trasciende lo personal: cuestiona las estructuras que aún hoy determinan los lugares que “debe” ocupar la mujer, no busca moralizar ni ofrecer respuestas únicas. Su fuerza está en la manera en que cada obra opera como una pequeña fisura en la lógica patriarcal del arte. Lo cotidiano, lo denigrado, lo que se intenta ocultar bajo el mueble o dentro de un cajón, aparece ahora elevado a materia de contemplación y análisis.
UN GESTO ES SIMPLE Y RADICAL
El gesto es simple y radical: dotar de estatus estético aquello que la cultura enseñó a devaluar. Desde ahí, la exposición plantea una pregunta urgente: ¿qué historias podrían contarse si se atendiera la memoria de los objetos que sostienen la vida diaria?
En las manos de Beatriz Simón, esos objetos se vuelven testigos, archivos, herramientas políticas. Cada fibra de traste, cada mecho de polvo, cada brochazo de esmalte de uñas compone una narrativa que repara, confronta y reimagina. La artista no solo interviene la historia del arte. También invita a la y el espectador a mirar su propio entorno cotidiano y preguntarse qué roles, ideas o prejuicios sigue repitiendo sin cuestionarlos.
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